No me gusta hacer deporte. Odio correr. Pero disfruto subiendo a las montañas. Contemplo el verde de los restos de hojas de los árboles de hoja caduca. El marrón de las hojas secas. Huelo la hierba. Escucho un pájaro carpintero. No hay sol, pero no hace frío.

Al lado de casa tenemos una montaña: el Uetliberg. Hay varias formas de acceder a su punto más alto: con un tren, a pie, a caballo o en bicicleta. También a pie tiene más de una ruta posible. En este año que llevamos aquí habremos subido una media docena de veces: solos, acompañados, en verano, en otoño…pero nunca por el camino que habíamos tomado hoy.

En un inicio hemos tomado un camino frecuentado por caballos y después por bicicletas. Su pendiente no era exagerada, pero conducía a un camino (que por las noches está iluminado por farolas) cuya pendiente era una autética rompepiernas. Tras llegar a la cima, con la lengua fuera y 40 minutos de sufrimiento, hemos tomado un camino de tierra con la intención de regresar a Zúrich y coger el tranvía, pero nos hemos desviado, alejándonos más de la ciudad. El camino nos ha deparado una sorpresa: según la indicación de un cartel, una Teehuus estaba a 5 minutos. Es una cabaña de té. Sólo abre los domingos. Se puede tomar té, sopa, pastel, salchichas, etc. Nosotros hemos tomado una Kurbissuppe o sopa de calabaza, un Sussmost que es zumo de manzana, un Bouillon o sopa de verdura y un Biberli: una galleta de Appenzel. Las vistas incluyen panorámica del lago. Una hora después y por un camino un poco enlodado y tras cortar algunas ramas de rabogato hemos llegado a casa destrozados.

Ha valido la pena: buen paisaje, aire en los pulmones y agujetas para mañana. Pero que quede claro: odio el deporte.