Me gustaría resumir lo que ha sido un viaje de una semana a Cuba, corto, muy corto, pero a la vez muy intenso. Éramos un grupo de seis amigos, y en otra parte del viaje nos encontramos con dos más. Ponerse de acuerdo ocho personas no es tarea nada fácil.
Todo empezó el miércoles 27, cogiendo un vuelo de SWISS de Zúrich a Madrid, dónde nos alojó muy amablemente una amiga, una de las turistas que nos acompañaría. El jueves 28 fue cuando cogimos el avión de Air Europa a las 15h. Compramos el billete más el hotel con muchoviaje.com, y Travelplan fue la agencia que lo gestionó todo (los visados, los transfers, etc). Llegamos a nuestro Hotel en Miramar (el Copacabana a las 23h. Teniendo en cuenta las seis horas de diferencia con España, para nuestros cuerpos era realmente tarde. Intentamos pedir algo de cenar, pero tras hacer el checkin fue demasiado tarde (la comida del avión no nos había dejado muy satisfechos). El hotel era bastante viejo y en nuestra habitación se oían demasiado los ruidos de la calle y los propios de la habitación (como el frigorífico o el aire acondicionado). La verdad es que no dormimos demasiado bien.
Viernes 29. Con sueño, pero con la panza llena (los desayunos tipos buffet del hotel estaban muy ricos) nos encontramos con unos amigos cubanos para que nos llevaran a un hogar de ancianos, dónde se llevaba a cabo un proyecto solidario. Cuba es uno de los países de América con mayor esperanza de vida y tiene una gran población envejecida. Cobran una pensión muy baja y proyectos como éste son muy interesantes. Fuimos a donar medicamentos, gafas, ropa, etc.
Desde ese punto iniciamos nuestro viaje a La Habana Vieja. El maravilloso Capitolio, que están restaurando, el Teatro Nacional, el parque José Martí, la concurrida calle Obispo con sus librerías, tiendas de souvenirs, con la famosa Floridita el Bar Dos Mundos, la calle Mercaderes, la Catedral, la Plaza de Armas (donde compré tres libros), etc. El hambre ya comenzaba a apretar y fuimos a un kiosko que había en el inicio del Malecón con O’Reilly, al pasar por el Castillo de la Real Fuerza y la Giraldilla, al lado del monumento de Cristóbal Colón. Sí, comimos langosta y gambas, con vistas a la Fortaleza. Algunos bebieron Bucaneros y yo me pedí mi primer jugo de mango del viaje.
Continuamos callejeando horas y horas, pasando por la Plaza Vieja, la Calle Santa Clara, la calle Luz, la calle Sol. Casas sin restaurar, con cornisas, balcones, vigas, portones de belleza decadente. La gente por la calle, los niños jugando, bicitaxis preguntando y probamos unos merengues y un buen jugo de piña.
Nuestra caminata continuaba y volvimos al Capitolio. Nos pedimos cafés y cervezas en la pastelería francesa que hay junto al Hotel Inglaterra. Muchos cubanos entraban a comprar pasteles y dulces. Una vez que cogimos fuerzas visitamos el Edificio Bacardí, el memorial Granma, la plaza 13 de marzo el Castillo de San Salvador de la Punta.
Por fin fuimos al malecón, dónde nos tomamos unas birras en un kiosko y nos medio timaron con lo que pedimos de «picar». Lo malo de no pactar el precio antes. En otro bar no nos quisieron servir, dijeron que no tenían cerveza. Qué raro. Seguimos caminando por la Avenida de Italia (cerca de la Casa de la Música). Entramos en el café América y nos pasó algo curioso. Pedimos algunos cubatas y cervezas. El camarero volvió y dijo que no los cubatas de 1,5 CUC eran muy pequeños, que pidiéramos los de 5 CUC que eran los de vaso. Le creímos, y tres pidieron cubatas, pero el resto quería cerveza (0,75 CUC). El camarero volvió y se excusó, que no le quedaban cervezas frías y nos ofreció pedir mojitos, cuba libres, daiquiris. Dijimos que no y nos levantamos los seis para irnos. El camarero volvió y dijo que nos ponía hielo en la cerveza que no nos fuéramos. Yendo a la puerta otro camarero echó el cerrojo a la puerta y no nos dejaban salir. Nos preguntaron que qué nos pasaba. Fue indignante ver como en las mesas de al lado sí había cervezas. Dijimos que no nos gustaba que nos timaran y salimos pitando.
Pero nuestras aventuras no acaban aquí. Seguimos caminando y pasamos por el barrio chino y seguimos buscando un bar que nos diera buena impresión cuando nos perdimos y un policía nos siguió. Creíamos que era un jinetero pesado y no le hacíamos caso, hasta que nos demostró que no. Nos habíamos perdido en lo que para él era un barrio peligroso: lleno de «gente de esa enferma que la gente llama homosexual». Nos queríamos reir, pero al mismo tiempo era tan denigrante ese trato hacia la libertad que se nos cortó el buen rollo. Decidimos volver al hotel. Cogimos un bello y antiguo taxi, con Daniela como chófer, con plaza para los 6, que por 12 CUC nos dejó en Miramar. Cenamos pizza en el hotel (no estaba muy buena que digamos). Tampoco pudimos dormir muy bien.