¿Quién me iba a decir a mí, que cuando escribí mi entrada anterior iba a ser algo premonitorio?

En un día como ayer debería haber estado con mis chicas huerto, ex-compañeras de trabajo y desde hace 15 años grandes amigas. Y sin embargo pasé la tarde con mis queridas Sarah y Sybilla. Hoy tendría que estar de almuerzo con los poleos: ver corretear a Iria, a Nil y a Nora, y tocar la barriga de Manuela, y abrazar a la gente a la que no veo desde este verano. Y luego cenita familiar, y quizás después unos gin-tónics en el Flaherty’s. Y mañana más familia, y mis sobris Helena y Alejandra, y el cocido con pelotas y los mantecados. Pero la realidad es que esta noche cenaré con Sandra y Pasquale, Sonia y David. Y mañana con Nicole, Stefan y Sonja. Conocí a Sandra y a Sonja en mayo de 2008, con un día de diferencia aquí en Zúrich, y siempre han estado ahí. Siempre.

Cuando mis amigos se enteraron de que estaba con fiebre y que no iba a poder volar a la terreta, todos sin excepción se volcaron para ayudarme y que no me faltara de nada. Desde procurar que no me quedara solita estas fiestas, traerme sopa de verduras (millones de gracias Eva), bombones, escribirme para interesarse por mi salud.

Y no fue nada, sólo una gripe con fiebre alta, muchos mocos, tos y dolor de oídos. Y unido a mi tacañería, no cambié mi billete para estar en Navidades con la familia (no quería gastarme 650 euros en bajar a Elche, preferí gastar «sólo» 250 euros adicionales al gasto del vuelo inicial) y bajaré en fin de año hasta reyes.

Me parece curioso la cantidad de buena gente que tengo a mi alrededor. Seguramente en otra vida fui muy buena, porque en esta con lo poquito que os cuido, es sorprendente lo mucho que me queréis. Gracias familia zuriquesa.